
Y el
asunto real detrás de todo, es saber que a veces resurge de ese hogar un
fuerte, un castillo, donde se libra una batalla que muy pocos saben como ganar.
Y es en ese, mi Castillo, donde mis súbditos se debaten entre la vida y la
muerte. Con el egoísmo de una reina caprichosa, soy yo quien escojo sus hazañas
y destinos. Soy yo quien de antemano conoce las salidas de mi propio laberinto.
Atrapados todos, el juego se vuelve una realidad que a duras penas se distingue
entre los mares de las conciencias. Y puedo ser esa reina, que en un arranque
de cordura te seduce volviéndote parte de una locura exquisita, deliciosa y
adictiva. La misma que ha dejado caer al resto de su ejército en una trampa eterna
donde ni siquiera es salvadora la muerte. ¿Quien ha dicho que esa trampa no es
también una sabrosura envuelta en engaños y lujuria?
La ama
de laberintos solo sueña con ser reina, delira por el poder de manejar un
ejército de súbditos de los que pueda extraer pasión. La pasión suficiente para
escapar de oscuros laberintos y experimentar tan siquiera breves percepciones
de realidad. Esa misma realidad que es también fantasía, de la que siempre
deseas escapar a través de algún pervertido sueño o de algún delirio bienhechor.
Y cada cual que desate sus propias batallas, que construya sus propios
laberintos, hogares y trampas. Y al final, que cada soldado me abra la puerta a sus laberintos de tentadoras fantasías.
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